5 de septiembre de 2010

No estamos tan bien, en Chile, los 17 millones




Imposible abstraerse a la fascinación que causa la sola idea de imaginar a 33 hombres sepultados bajo miles de toneladas de rocas, a 700 metros de profundidad, vivos, organizados, con más esperanza que cualquiera de nosotros ante situaciones infinitamente menos complejas.
Pero la sola idea de imaginar queda obsoleta cuando la fuerza de las imágenes golpea la razón tanto como el coro de mineros golpea el corazón. Porque pasan cosas cuando los 33 apelan al más querido de los símbolos patrios, el himno nacional, para sacudir a Chile entero. Ese mismo puñado de estrofas que al mínimo entusiasmo colectivo asoma, casi siempre con la excusa del fútbol como telón de fondo, ahora fue capaz de interpretar el deseo de todo un pueblo.
Porque convengamos que hasta antes de todo esto el Bicentenario se parecía más a uno de tantos eventos y ni siquiera la ferocidad de uno de los terremotos más violentos de los que tenga registro la humanidad fue capaz de sacudir tanto las conciencias como lo ha hecho este acontecimiento nacional.
Y ya han pasado 30 días. Un mes que como en el mejor de los guiones dramáticos nos ha hecho transitar por el dolor de la tragedia, la esperanza del contacto, el éxtasis del milagro y la tensa espera del rescate final.
Es como si la tierra fuera a dar a luz. Como si Chile mismo pariera en sus 200 años a estos 33 hombres que nos han tenido pegados al televisor, a la radio, a internet, como ese padre ansioso que con lágrimas en los ojos mira una ecografía.
Pero es este un embarazo de alto riesgo.
Porque ya sabemos de memoria que en Chile nada es fácil. Un país que tiene como limites naturales el desierto más árido del planeta, la cordillera más extensa, el océano más grande y el Continente Antártico, ya está determinado. Determinado por el paisaje, que a su vez determina a su gente.
Su gente. Esa masa humana que ocupa el territorio y que tiene fama de sobreponerse a terremotos, tsunamis, aludes, erupciones volcánicas, horribles nevazones y atroces dictaduras.
Treinta días de un pueblo entero en vilo por lo que está pasando a 700 metros de profundidad en las entrañas del país.
De un pueblo alegre por el milagro que apuró la primavera, de un pueblo que antes coloreó de banderas sus poblaciones, de un pueblo que saca pecho por la astucia, por la fuerza, por el coraje, por las ganas de vivir que tienen los 33.
Y tras el alumbramiento ¿Qué?
Hay tantas respuestas posibles como chilenos dispuestos a contestar.
Por una parte podríamos decir que la efervescencia pasará tan pronto se apague el último flash en la Mina San José. Que luego consumiremos el millón de entrevistas, las miles de portadas y el alargue abusivo de este reality con la misma apatía de siempre. Con el desenfado que causa lo trivial.
Por otro lado podríamos creer que la dramática coincidencia que ubicó a este hecho en el año del Bicentenario puede ser la oportunidad cósmica de un nuevo comienzo. Del nacimiento de un Chile tolerante, inclusivo, capaz de mirarse a los ojos con la misma esperanza del minero asomado al lente de la sonda.
Ojalá no sea este uno más de esos anhelos permanentes y pasajeros por dar sentido a historias ajenas para no tener que incurrir en la desagradable tarea de tener que cambiar por dentro.
No conocemos el desenlace de esta historia. Imposible saberlo. Tendremos que esperar el “alumbramiento”. Como padres ansiosos, como hijos expectantes, como madres preocupadas.
Porque por lo menos eso ha ocurrido. Hemos estado todos rogando por un solo objetivo. Como un pueblo unido, como una nación hermana.
Y ya que la fuerza ha venido desde el fondo de la tierra, propongo que sean los mineros los encargados de decirnos qué hacer, de organizarnos, de enseñarnos a luchar, de no dejar que el derrumbe social sepulte nuestros sueños. Que podamos respetar al más viejo, que aprendamos a trabajar en equipo, que por más oscuro que esté seamos capaces juntos de salir adelante.
Mientras tanto podríamos darles una señal. Escribamos en cualquier papel, con la sangre de todos, el siguiente mensaje:
“No estamos tan bien, en Chile, los 17 millones”.
Y esperemos, a ver qué nos dicen.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Vía Twitter @joseapp comentó:Esta profunda la reflexion...

Anónimo dijo...

Vía Twiter @Jusantib dijo:Interesante reflexión. Los mineros representan en nuestro país sector obrero mas organizado y fuerte.

Anónimo dijo...

esperanzador, coherente, sencillo, bonito... buena juan, tú también eres uno de esos mineros y siempre nos das ese ejemplo de coraje...

Anónimo dijo...

Vía Twitter @leobarfire dijo: leí su blog. Q quiere q le diga: q verdad + grande, q palabras + certeras, q ausencia + notoria la suya

mtorresmoyano dijo...

Me gustó mucho tu reflexión. Lo mejor de todo es que tiene la virtud de dejarnos pensando...
Quizás pueda parecer una exageración, pero me recuerda el tono que ocupaba don Julio Martínez en sus columnas.
Gracias por regalarnos un buen texto, en tiempos en que las palabras vacías sobran...

Anónimo dijo...

Interesante Juan. Tendremos que ver a estos mineros invitados y acosados por los programas televisivos y faranduleros escudriñando su intimidad, festinando con su cultura y usufructuando de su experiencia con tal de lograr unos puntos de rating. Felicitaciones. José Medina Z. Las Noticias de El Tabo