16 de agosto de 2007

¿Justicia para todos?

“Justicia es el hábito de dar a cada cual lo suyo”.
Ulpiano (170-228) Jurista romano



Por Juan Olivares
Periodista – Lic. En Comunicación Social

Es raro esto de reportear tanto.
Suele juntarse información en demasía. Muchos datos, lugares, nombres y detalles van quedándose en el disco duro.
El tiempo dedicado a este oficio lo va nutriendo a uno de experiencias que al final determinan la conducta.
Alguna vez alguien me dijo que los periodistas no deben involucrarse. Que deben informar de manera objetiva, aséptica, sin matices.
Habladurías pienso ahora.
Hace poco más de un año una fuente me llamó para contarme que en el Puente Arévalo de San Antonio habían asaltado a una persona. A esa hora lo llevaban muy grave al hospital.
Con mi camarógrafo fuimos los primeros en llegar. Todo era confuso.
Un televisor envuelto en una frazada a mitad del puente. Y una mancha de sangre fresca. Mucha sangre.
Unas zapatillas por acá y algunos policías haciendo los primeros peritajes.
Luego un niño relatando los hechos, describía al ladrón llorando.
La sangre en el puente era de su padre que había muerto minutos antes.
También recuerdo que nadie quería declarar. En off comentaban que algunas personas habían visto lo que pasó pero nadie intervino.
El trabajador había pillado al ladrón robando, lo persiguió, lo alcanzó y peleó por sus modestos bienes. A cambio recibió una certera estocada en el corazón.
Algunos días después otra vez nuestro equipo periodístico lideraba la captura del asesino.
Participamos del operativo y registramos las primeras imágenes del autor de tan cobarde crimen. Ese día supimos cómo se llamaba: Francisco Antonio Leiva Sanhueza, alias “El Mirón”, de 37 años.
Un delincuente habitual con un prontuario enorme.
Luego su formalización y la batahola en el tribunal. Los gritos desesperados de la madre del trabajador asesinado, la ira de sus hermanos, la rabia de la gente, el llanto de los hijos sin padre.
Y ahora después de un año el Juicio Oral.
Una hoja en blanco me provocó escribirla justo antes de conocer la sentencia y ahora transcribo:
“..esta gente espera por justicia
Refunfuñan su rabia masticando venganza
Los nombres de los jueces escritos en la tabla me miran
Y el reloj avanza al compás de la lluvia…
Cada imagen de esta historia
ametralla los recuerdos
el puente, el llanto, la sangre y un televisor
zapatillas, una frazada y policías.
Un hombre muerto y un asesino en fuga.
Luego su captura. Veloz, salvaje, cinematográfica tal vez.
Rabia, llanto y dolor
Y en el juicio alegatos de locura y acusaciones de simulación.
El Mirón nos habla y apela a que los jueces escuchen la verdad.
Y sabremos. Culpable ya es.
¿Cuánto?
Está por verse”.
La respuesta es desoladora.
Los jueces estimaron que la vida de Octavio Galleguillos valía 12 años.
Y a esa cantidad condenaron al acusado. Más cinco años por un robo cometido en otro lugar.
En total diecisiete años de los que ya cumplió uno.
La lluvia llegó junto con las lágrimas de un puñado de personas. Eran los familiares del ferretero que en un acto desesperado intentaron linchar al asesino justo cuando ingresaba a la cárcel.
Agrupados en el acceso al penal patearon las puertas y apuntaron su rabia hacia Gendarmería.
En el interior Francisco Antonio Leiva Sanhueza volvía a la misma celda que ha ocupado durante los últimos doce meses y que será su morada por los próximos dieciséis años.
Es el hábitat natural de un individuo que ha dedicado su vida a delinquir, que está acostumbrado a la cárcel, que en su última temporada libre robó de manera impune hasta que la mañana del 11 de julio de 2006 se topó con Octavio Galleguillos.
El ferretero que se resistió a que un desconocido le robara sus pertenencias.
A cambio recibió una puñalada en el corazón.
A esta hora de seguro “El Mirón” saca cuentas alegres porque se libró de la cadena perpetua cuando el tribunal dijo que la vida de Octavio Galleguillos valía 12 años de cárcel.
Mucho menos que la carrera delictiva que su asesino inició en 1985 y que terminó el miércoles 15 de agosto cuando nuevamente fue condenado por la justicia.
Justicia que se quedó corta para esta familia.
El asesino siempre tuvo un abogado. Las víctimas tuvieron que conformarse con el fiscal que ni siquiera representa sus intereses sino los del Estado.
Otra vez gente que no tiene dinero debe conformarse.
Y como ya dije, este trabajo suele dejarlo a uno con demasiada información.
Tanta que no alcanza una crónica, una nota, ni siquiera un reportaje.
El tiempo lo nutre a uno de experiencias que determinan la conducta.
Y como la objetividad no me interesa también me resisto.
Tomo partido, me involucro y protesto.
Protesto porque a esta hora dos hijos lloran a su padre.
Porque un asesino despiadado mató mucho más que a un ferretero.
Mató a una familia.
Y eso, cuando menos, debería dolernos a todos.
A mi me indigna.
Esta justicia, me indigna.
Saquen ustedes sus propias conclusiones.