26 de septiembre de 2011

Archipiélago de tragedias, una crónica desde el paraíso


A la hora que escribo las víctimas en el Archipiélago de Juan Fernández ya suman 22 sólo en lo que va de septiembre, los marineros de la Fragata Condell acaban de ser notificados de su permanencia por otros siete días en estos mares y en el poblado se levanta una fonda que tiene la difícil tarea de restaurar la moral de una isla golpeada por las tragedias. Son días duros en Robinson Crusoe.

por Juan Manuel Olivares
Desde el Archipiélago de Juan Fernández
Jueves 15 de Septiembre de 2011

(Texto publicado por diario El Líder de San Antonio en las páginas 8 y 9 de su edición del domingo 18 de Septiembre)

La Isla Robinson Crusoe emerge abrupta desafiando al Océano Pacífico tras agitadas 34 horas de navegación desde el Puerto de Valparaíso. A bordo de la Barcaza Chacabuco viajan buzos voluntarios que desde la sureña localidad de Mehuín vienen a colaborar en los operativos de búsqueda agradecidos por la mano que en su momento les tendió el empresario Felipe Cubillos, una de las víctimas de la Tragedia Aérea de Juan Fernández.
También viajan profesionales del Ministerio de Educación para coordinar la reposición de la Escuela Insular Robinson Crusoe, arrasada por el Tsunami hace poco más de año y medio. Y viajan también isleños, esa gente que forma parte de la residencia permanente de la isla que según el catastro municipal bordea las 860 personas.
Esa gente que ha tenido que soportar los embates inmisericordes del mar que destruyó el poblado y que por estos días, además, acapara la atención del país sacudido por el accidente aéreo del 02 de septiembre.
Lo primero que sorprende de Isla Robinson Crusoe (El archipiélago de Juan Fernández está conformado por tres islas principales: Robinson Crusoe, Santa Clara y Alejandro Selkirk, sólo la primera está poblada) es la insolencia de su flora. Y es que ya desde Bahía Cumberland el viajero podrá notar los milenarios pinos y eucaliptus que desafiando la gravedad se empinan hacia cerro El Yunque y el Mirador de Selkirk. Hay en la flora y fauna de esta isla declarada reserva de la biósfera especies endémicas y una riqueza natural que no escatima en encandilar con toda exuberancia.
Pero por estos días hay también en esta isla una pena contenida, un nudo en la garganta que recorre las esquinas, se pasea por el muelle y sufre en la desolación evidente del tsunami que aquí sigue presente.
Tan presente como la adversidad diaria de vivir en un pedazo de tierra de menos de 100 km2 que sufre con el centralismo característico de Chile. Y es que resulta frustrante hasta el límite de la indignación constatar que la vida de los isleños pende de los caprichos climáticos del Archipiélago. Si hay marejadas, por ejemplo, el traslado de un herido debe hacerse a caballo por un escarpado trayecto de 17 kilómetros que no tarda menos de cinco horas.
Es común también la escasez de hortalizas, tanto como la suspensión de vuelos por las inadecuadas condiciones del ahora tristemente célebre aeródromo de Juan Fernández. Una pista que no cuenta con torre de control ni iluminación mientras que las grandes urbes del país derrochan soberbias su luminiscencia cosmopolita.

Otra vez la muerte
Tras ser devastada por el Tsunami la Municipalidad de Juan Fernández se trasladó a las dependencias de la Dirección de Aeronáutica Civil. Convergen en incómodas oficinas compartidas todas las reparticiones del municipio y hasta el alcalde Leopoldo González solidariza su espacio con otros jefes de servicio para sacar provecho a la escasa infraestructura que desde febrero de 2010 en la isla no abunda.
Es el martes 13 de septiembre y el jefe comunal sostiene una reunión con el equipo del Ministerio de Educación cuando por radio se confirma la noticia. Hace instantes en el aeródromo un mecánico de la Fuerza Aérea de Chile murió alcanzado por la hélice de un avión.
Incrédulo, Leopoldo González se toma la cabeza con ambas manos. Hace una mueca de resignación y da instrucciones. Abre la puerta de su oficina y en cuestión de minutos la noticia ya está en twitter, en los portales de internet, en los noticieros.
Dos funcionarias municipales se abrazan al borde de las lágrimas. “Esto es demasiado”, dice una de ellas. Otra mujer cruza a grandes zancadas la distancia hasta el exterior. Va llorando.
En los minutos siguientes el alcalde recorre el amplio patio adornado de añosos cañones que apuntan a la Bahía Cumberland hablando por teléfono. Se toma el pelo, se tapa los ojos. Se ve que sufre.
Y el sol radiante sobre el poblado de San Juan Bautista no parece pertenecer a esta nueva escena de dolor y tragedia en el golpeado Archipiélago.
Antes de caer la noche de ese mismo día los niños de la Escuela Insular Robinson Crusoe lanzan flores nativas de la isla al mar como un humilde homenaje a los fallecidos en el vuelo de la FACH. La banda de guerra porta las cruces de los 21 y ahí van los nombres de Felipe Cubillos y Felipe Camiroaga, ambos con profundos vínculos en esta tierra.
Veintiún cruces son lanzadas a la Bahía de Cumberland en dos botes que portan el estandarte de la Escuela y una Bandera de Chile a la misma hora que los restos del cabo de la Fuerza Aérea, Manuel Alejandro Vera Abello, son trasladados a Santiago.
Estos son los días que se viven en Juan Fernández. Una mezcla de estupor y hastío. De dolor y resignación. De duelo y despojo.
Es que la rutina alterada de este Archipiélago ubicado frente a San Antonio, a 670 kilómetros del Continente, se nota desde temprano con las aspas de los helicópteros cortando el aire. Con el incesante movimiento de naves de la Armada por todas estas orillas. Con el deambular de los infantes de marina, de los equipos de prensa, de soldados de todas las ramas y de los civiles que han llegado llamados por la tragedia.
Y aunque la consternación y la pena siguen presentes, se nota también con cada nuevo día que la calma insular tiende a restablecerse. Cuenta de ello dan las ramadas que ya se levantan a la salida del muelle, frente a la plaza.
Todos quieren –queremos- creer que lo peor ya pasó. Que la esquiva reconstrucción que tímidamente se asoma representará el renacer de esta isla. Que la temporada de langostas que se inicia en octubre traerá consigo la bonanza que estos hombres de mar y sus familias se merecen.
Que al final de cuentas, tal como el mítico marinero escocés Alejandro Selkirk, el espíritu de la isla se repondrá a las adversidades de estas horas y emergerá en medio del mar como la ínsula estoica y abrupta cuyo tesoro escondido no es otro que ser en sí misma un invaluable tesoro.
Nada menos que un paraíso en medio del Océano Pacífico.


Fotografías de Isla Robinson Crusoe aquí:
http://www.flickr.com/photos/fotosdeolivares

Publicación de El Líder de San Antonio acá:
http://edicionimpresa.soychile.cl/san-antonio/?fp=20110918&pag=08

2 de septiembre de 2011

Desde tierra firme, escribo



...junto al equipaje que no llegué a ocupar, escribo...

Escribo en caliente. Escribo con un nudo en la garganta. Escribo dejándome llevar por lo que escribo. Escribo tras el abrazo firme de la vuelta a casa. Escribo después de haber llamado a los que quiero para decirles que los quiero. Escribo con la tele relatando lo que no quiero escuchar. Escribo con las radios de fondo y las redes sociales hirviendo alrededor. Escribo con las maletas hechas. Escribo con el llamado telefónico que confirmó mi viaje para el sábado repitiéndose como la música incidental de lo que escribo. Escribo porque me había propuesto escribir tan pronto llegara a Juan Fernández. Escribo porque no entiendo estas encrucijadas del destino. Escribo porque a veces la ironía salvaje de la vida es la más salvaje de todas las ironías. Escribo porque no sé qué es el destino. Escribo porque quiero creer que están vivos los del avión desaparecido. Escribo porque conozco algunos rostros de este infortunio. Escribo porque no quiero pensar en el mar cerrándose injusto sobre sus vidas. Escribo para pagar mis deudas con lo que aún no he escrito. Escribo porque me calma lo que escribo. Escribo sobre los rostros que me dictan lo que escribo. Escribo que vivir por convicciones vale la pena. Escribo que ninguna pena borra las convicciones. Escribo en las horas negras de la tragedia. Escribo en el mar oscuro de la incertidumbre. Escribo en la vereda de la fortuna que me permite escribir a esta hora.
Escribo porque tengo pena. Escribo porque escribiendo mis lágrimas borrar quisiera. Escribo porque me asusta esta artimaña. Escribo con las alas rotas de la esperanza. Escribo porque en ese avión íbamos todos. Escribo por los que hemos tenido segundas oportunidades. Escribo sin saber el final de lo que escribo.
Escribo aunque ya no quiero seguir escribiendo. Escribo sin la ambición del punto final de lo que escribo.
Desde tierra firme escribo.
Con el alma en la isla.
Con el corazón en una botella que quisiera llevar hasta esas playas donde los ojos de los que ahora pienso pudieran leer lo que escribo, escribo.
Por eso escribo.