30 de abril de 2008

La lluvia, el dolor de cabeza y el invierno que deseo...


Algún día San Antonio será distinto, no por lo que hagan otros; sino por lo que cada uno de nosotros esté dispuesto a hacer todos los días.


por Juan Olivares Meza

Es lo mismo de siempre. Llega mayo y me duele la cabeza. Cada año el dolor es más intenso. Y si es año electoral, peor. Pensar en las demandas de los estudiantes. Demandas que alguna vez fueron “mis” propias demandas sin que pueda ahora saber cuando dejaron de serlo. Demandas de los trabajadores que a través de una organización tan arcaica como la Central Unitaria intentan transmitir al ciudadano común y corriente. Ciudadano que ya no está sindicalizado, no sabe de imposiciones y con suerte tiene trabajo. Eso si consideramos que una de las acepciones para trabajo está definida como el “Esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza”.
Curioso porque ahora que lo pienso no conozco a nadie que se haya hecho rico trabajando de manera honesta. Lo que a la vez me hace inferir que me rodeo de sólo de rufianes. Y esto último me deja un poco más tranquilo.
Dolor de cabeza por tener que soportar otra cuenta de la Concertación en el Congreso Pleno con una presidenta que perdió la credibilidad inicial y que se alegra porque subió cuatro puntos en la última encuesta. Encuesta que representa, en teoría, a un grupo representativo de la sociedad chilena, si es que asumimos a partir de este argumento que existe algo como esto.

La derecha, en tanto, no me provoca mayor comentario. Esos se "marcan" solos, como diría un pelotero.
Ya es mayo y por estos días debieran empezar las lluvias. Lluvias que parecen un bien demasiado preciado como para que aparezca con esa frecuencia antigua cuando no había que cruzar los dedos para que lloviera. “Abril, lluvias mil” recuerdo que se decía.
Y es urgente que llueva puesto que de no ocurrir semejante fenómeno climático la cosa se pondrá negra. Oscura para ser más exactos.
Ni hablar de las alzas que la ausencia de chubascos provocará por estos lares.
Pero cuando eso ocurra ahí estarán los demagogos de siempre para invitarnos a estar tranquilos. Y con más hilaridad que los anteriores los proyectos de alcaldes y concejales llegarán con su iluminación a traer las soluciones que nunca quieren practicar de no ser electos antes.
Ya no está ese verano que nos abrazó con el calor de su sol instalado sobre nuestras cabezas en el febrero caliente que pasamos. Y el nefasto marzo emprendió la huída ante un abril fanfarrón que murió a manos del mayo que trajo el ya instalado dolor de cabeza.
Pero por esa condición instintiva del ser humano y que obedece más a una cosa media primitiva arraigada en ese artefacto que llamamos alma es que tiendo a confiar.
Confío en que el dolor de cabeza va a pasar. Confío en que los estudiantes estarán mejor que ahora. Que los trabajadores gozarán de mejores empleos y mucho mejores salarios. Confío en que los políticos reecordarán alguna vez cual es la esencia de la política.
Confío en las lluvias que volverán para mojarnos como ha sido cada uno de los inviernos que ya pasaron.
Y me apuro en mirar al horizonte para ver acercarse esas nubes negras que tanto me gustan. Porque quiero que llueva. Que llueva como antes.
Y como antes chapotear por las calles de mi puerto.
Y no atribuyo los cambios que ansío a hombre alguno. Atribuyo los cambios que anhelo a todos en su conjunto.
Porque si llueve nos mojamos todos. Y porque un deseo multiplicado por mil hace miles de deseos.
Algún día San Antonio será distinto, no por lo que hagan otros; sino por lo que cada uno de nosotros esté dispuesto a hacer todos los días.
Pensando de esta manera probablemente no juntemos mucha riqueza. ¡Pero puchas que vamos a ser felices!
Si ya puedo imaginar esos nuevos días sin dolor de cabeza y llenos de lluvia….