27 de septiembre de 2010

Sobre paladines oportunistas, datos duros y los aberrantes silos de San Antonio


Recuerdo a Iván de la Maza, tanto como a otros funcionarios públicos de tercera o cuarta categoría que ahora sobre la base de hechos consumados se disfrazan de paladines del bien común, de severos querellantes o de infalibles fiscalizadores cuando en su momento desde el lugar privilegiado que ocuparon, especialmente en la Gobernación Provincial de San Antonio, guardaron sepulcral silencio sobre estos "aberrantes" asuntos.


La noche del domingo el ulular de una sirena se desparramó por las calles y pasajes del sector de Barrancas –si el cálculo no me falla- desde Ignacio Carrera Pinto hasta Villa Las Dunas. La horrible alarma causó tanta preocupación como molestia en la inusual noche lluviosa de fines de septiembre en el puerto de San Antonio.
Horas más tarde un video subido a Facebook se transformó en evidencia de lo que a esas alturas muchos sospechábamos: Los “inofensivos” y gigantescos silos que aparecieron a fines de 2009 nos presentaban una más de sus innumerables maneras de decirnos que saben bien cómo no pasar desapercibidos en una ciudad cada día más fea. (Creo oportuno recordar aquí la bolsa gigantesca instalada frente a la Gobernación derrumbada, justo en un sitio eriazo desde 1985, a un costado de la cárcel cuyo edificio es todo menos estético)
Y mientras escribo pienso en el documento que la empresa Graneles Chile S.A. presentó a la CONAMA el año 2007, donde la compañía afirma que el proyecto de los silos “no se localiza cerca de población, recursos o áreas protegidas susceptibles de ser afectadas; no altera significativamente el valor paisajístico o turístico de la zona”.
Pienso también en toda la burocracia que impidió detectar a tiempo tales afirmaciones que no sólo llaman a sospecha, sino que a juzgar por todas las molestias que esta obra ha causado entre los sanantoninos, ya podríamos calificar derechamente como falsas.
Y digo burocracia para no acusar derechamente de incompetentes a quienes en su momento, ya desde la Municipalidad o el Gobierno Regional y Provincial, tuvieron la obligación de detectar semejante aberración.
Y uso el vocablo “aberración” porque en enero de este año la polémica llevó al entonces intendente de Valparaíso, Iván de la Maza, a convocar una reunión extraordinaria de la Comisión Regional de Medio Ambiente (Corema) para analizar el tema, tras calificar de “aberrante” el proyecto.
Y recuerdo a Iván de la Maza, tanto como a otros funcionarios públicos de tercera o cuarta categoría que ahora sobre la base de hechos consumados se disfrazan de paladines del bien común, de severos querellantes o de infalibles fiscalizadores cuando en su momento desde el lugar privilegiado que ocuparon, especialmente en la Gobernación Provincial de San Antonio, guardaron sepulcral silencio sobre estos asuntos.
Y a medida que derramo estas letras me acuerdo también de las declaraciones del alcalde de San Antonio, Omar Vera, que el 13 de enero dijo a El Mercurio que el municipio actuó dentro de la normativa para aprobar los permisos, y agregó que la zona habitacional afectada, cito textual, “tarde o temprano va a ir constituyéndose en una zona de respaldo portuario”.
Entonces con ese criterio y aprovechando que el “nuevo edificio” de la Gobernación Provincial colapsó debiéramos sin demora utilizar la Plaza de Barrancas para acopiar contenedores. Total en opinión del jefe comunal este sector “tarde o temprano va a ir constituyéndose en una zona de respaldo portuario”.
Todo mal porque en mi humilde opinión una vez más queda demostrado que la experiencia es eso que aprendemos justo después de haberlo necesitado.
Y para cerrar aportaré algunos datos sobre el proyecto que según Graneles Chile “no se localiza cerca de población” y “no altera significativamente el valor paisajístico o turístico de la zona”.
Pues bien lamento constatar que los silos tienen 28 metros de altura y 200 metros de largo. Afectan directamente a 60 familias y a tres colegios del sector que en total suman 800 alumnos.
Sin contar las horribles sirenas nocturnas cada vez más habituales, el ruido de las cintas transportadoras, el flujo de 300 camiones diarios y lo que significa tener que soportar a los oportunistas que lo único que han hecho es alardear sobre este “aberrante” asunto.

12 de septiembre de 2010

Desabastecimiento Bicentenario


No es verdad que el sólo hecho de cerrar los supermercados tres días seguidos devenga en un Apocalipsis para el que debemos prepararnos vaciando las estanterías consumiendo como orates hasta el último peso. Es mentira que colapsaremos sin el mall y eso puedo probarlo cuando pasado todo este jolgorio circunstancial empecemos de una vez por todas a preocuparnos del verdadero desabastecimiento: el del alma.

Por alguna razón que con certeza desconozco, pero que puedo intuir, no me siento tentado a salir corriendo al supermercado ante la alharaca desatada por los festivos seguidos que se vienen y que ha sido muy bien presentada por el periodismo de moda que en general procesa nada antes de emitir. Es más la urgencia por decir que la urgencia de pensar en qué decir.
Lo ocurrido con los llamados a “abastecerse” para las Fiestas Patrias son el más claro ejemplo de esto que planteo.
El uso de este verbo no es baladí en un país que ha sabido de “desabastecimientos” que en algunos episodios negros de la historia sirvieron para derrocar un gobierno y que en la contingencia sirvieron como excusa para la justificación de toda clase de saqueos tras el terremoto de febrero.
Por eso me parece tan ajeno y lejano esto de tener que “abastecerse” sólo porque los supermercados cerrarán sus anaqueles durante tres días seguidos. Un atentado a la economía nacional, al libre mercado, al derecho a trabajar, al derecho a comprar son sólo algunas de las banderas que han enarbolado los custodios del consumo.
Y rápido el asunto se convierte en Tema de Estado y cuáles promotoras de las grandes cadenas los medios advierten sobre esta situación convirtiéndose en la bujía que enciende la maquinaria que empuja los carros llenos que salen despavoridos de cuanto Jumbo, Tottus, Unimarc, o Líder puebla la patria.
¡Alto!
No es verdad que el sólo hecho de cerrar los supermercados tres días seguidos devenga en un Apocalipsis para el que debemos prepararnos vaciando las estanterías consumiendo como orates hasta el último peso del aguinaldo mendigado. Es mentira que colapsaremos sin el mall y eso puedo probarlo cuando pasado todo este jolgorio circunstancial empecemos de una vez por todas a preocuparnos del verdadero desabastecimiento: el del alma.
Porque mientras nuestros afectos estén puestos en las cosas que podemos tener y no en lo que queremos hacer estas alertas seguirán aterrándonos.
Porque mientras cada uno de nosotros siga valiendo por lo que tiene antes que por lo es seguiremos desabastecidos.
Desabastecidos de principios, de amigos de verdad, de caricias por recibir o entregar el domingo, el miércoles o el lunes.
Nadie es tan competente como dice su currículo, ni es tan atractivo como su foto de facebook, ni tiene tantos amigos o seguidores como en Twitter.
Nadie va a morir porque los supermercados cierren tres días.
No tienen derecho a infundir miedo con el “desabastecimiento” inventado por los dueños de la mercancía para no dejar de acumular.
Por alguna razón que con certeza desconozco, pero que puedo intuir, no me siento tentado a salir corriendo al supermercado.
Y si por esos días de “desabastecimiento” me ven deambulando con la mirada perdida, arrastrando los pies, con lágrimas en los ojos y empujando un carrito vacío; háganme el favor de darme una buena patada en el traste antes de corchetearme estas mismas letras en plena frente.
Seré yo, vuestro agradecido.

5 de septiembre de 2010

No estamos tan bien, en Chile, los 17 millones




Imposible abstraerse a la fascinación que causa la sola idea de imaginar a 33 hombres sepultados bajo miles de toneladas de rocas, a 700 metros de profundidad, vivos, organizados, con más esperanza que cualquiera de nosotros ante situaciones infinitamente menos complejas.
Pero la sola idea de imaginar queda obsoleta cuando la fuerza de las imágenes golpea la razón tanto como el coro de mineros golpea el corazón. Porque pasan cosas cuando los 33 apelan al más querido de los símbolos patrios, el himno nacional, para sacudir a Chile entero. Ese mismo puñado de estrofas que al mínimo entusiasmo colectivo asoma, casi siempre con la excusa del fútbol como telón de fondo, ahora fue capaz de interpretar el deseo de todo un pueblo.
Porque convengamos que hasta antes de todo esto el Bicentenario se parecía más a uno de tantos eventos y ni siquiera la ferocidad de uno de los terremotos más violentos de los que tenga registro la humanidad fue capaz de sacudir tanto las conciencias como lo ha hecho este acontecimiento nacional.
Y ya han pasado 30 días. Un mes que como en el mejor de los guiones dramáticos nos ha hecho transitar por el dolor de la tragedia, la esperanza del contacto, el éxtasis del milagro y la tensa espera del rescate final.
Es como si la tierra fuera a dar a luz. Como si Chile mismo pariera en sus 200 años a estos 33 hombres que nos han tenido pegados al televisor, a la radio, a internet, como ese padre ansioso que con lágrimas en los ojos mira una ecografía.
Pero es este un embarazo de alto riesgo.
Porque ya sabemos de memoria que en Chile nada es fácil. Un país que tiene como limites naturales el desierto más árido del planeta, la cordillera más extensa, el océano más grande y el Continente Antártico, ya está determinado. Determinado por el paisaje, que a su vez determina a su gente.
Su gente. Esa masa humana que ocupa el territorio y que tiene fama de sobreponerse a terremotos, tsunamis, aludes, erupciones volcánicas, horribles nevazones y atroces dictaduras.
Treinta días de un pueblo entero en vilo por lo que está pasando a 700 metros de profundidad en las entrañas del país.
De un pueblo alegre por el milagro que apuró la primavera, de un pueblo que antes coloreó de banderas sus poblaciones, de un pueblo que saca pecho por la astucia, por la fuerza, por el coraje, por las ganas de vivir que tienen los 33.
Y tras el alumbramiento ¿Qué?
Hay tantas respuestas posibles como chilenos dispuestos a contestar.
Por una parte podríamos decir que la efervescencia pasará tan pronto se apague el último flash en la Mina San José. Que luego consumiremos el millón de entrevistas, las miles de portadas y el alargue abusivo de este reality con la misma apatía de siempre. Con el desenfado que causa lo trivial.
Por otro lado podríamos creer que la dramática coincidencia que ubicó a este hecho en el año del Bicentenario puede ser la oportunidad cósmica de un nuevo comienzo. Del nacimiento de un Chile tolerante, inclusivo, capaz de mirarse a los ojos con la misma esperanza del minero asomado al lente de la sonda.
Ojalá no sea este uno más de esos anhelos permanentes y pasajeros por dar sentido a historias ajenas para no tener que incurrir en la desagradable tarea de tener que cambiar por dentro.
No conocemos el desenlace de esta historia. Imposible saberlo. Tendremos que esperar el “alumbramiento”. Como padres ansiosos, como hijos expectantes, como madres preocupadas.
Porque por lo menos eso ha ocurrido. Hemos estado todos rogando por un solo objetivo. Como un pueblo unido, como una nación hermana.
Y ya que la fuerza ha venido desde el fondo de la tierra, propongo que sean los mineros los encargados de decirnos qué hacer, de organizarnos, de enseñarnos a luchar, de no dejar que el derrumbe social sepulte nuestros sueños. Que podamos respetar al más viejo, que aprendamos a trabajar en equipo, que por más oscuro que esté seamos capaces juntos de salir adelante.
Mientras tanto podríamos darles una señal. Escribamos en cualquier papel, con la sangre de todos, el siguiente mensaje:
“No estamos tan bien, en Chile, los 17 millones”.
Y esperemos, a ver qué nos dicen.