21 de agosto de 2009

El Candidato


Por eso es frecuente y hasta estrictamente obligatorio que “El Candidato” hable, ya no en representación de si mismo, sino como delegado y custodio de los más amplios derechos de la ciudadanía. O sea, “El Candidato” habla por todos nosotros.“El Candidato” además sonríe. Siempre sonríe. Sonríe en sus afiches. En las páginas de la prensa. Sonríe en las cuñas para la tele.


por Juan Olivares M.


De la variada fauna política que puebla la sociedad chilena surge un animal digno de análisis y clasificación en vista de su incontenible reproducción en los denominados “años electorales”. Hablamos aquí de “El Candidato”. Claro, “Candidato” así con mayúsculas y acompañado del artículo “El”, que viene a convertirse en elemento diferenciador del sustantivo propio que envuelve al objeto de esta opinión.
“El Candidato” muy pocas veces avisa que nacerá. Es más, la mayoría de las veces la opinión pública, o sea todos los demás, nos enteramos de su aparición con declaraciones como: “He escuchado el clamor de la gente”, “He nacido para servir”, “Me han pedido que postule”, “Luego de una larga reflexión” y un interminable etcétera de frases hechas incomprobables que refieren siempre a una solicitud ineludible nacida desde lo más profundo de nuestra sociedad. O sea, desde todos y cada uno de nosotros. Vale decir, “El Candidato” es lo más parecido a un hijo comunitario, parido desde nuestros más inocentes y legítimos deseos de un futuro mejor.
Y aunque “El Candidato” no avisa que nacerá, uno perfectamente puede sospechar donde se está cocinando uno de estos bípedos parlantes.
A saber. Si por alguna casualidad se topa con un “Hijo Ilustre” ¡Cuidado! Ese sujeto puede evolucionar perfectamente en “El Candidato”.
Si conoce algún empresario dado a las donaciones, asistir a bingos, conceder entrevistas sobre la importancia del Calentamiento Global y sus efectos en el comportamiento sexual de las hormigas amazónicas; o socio del “Club de Amigos para la Conservación de las Ideas inconclusas de Heródoto de Halicarnaso “, esté alerta porque este ser humano común y corriente también puede derivar en ese ejemplar que hemos convenido en denominar “El Candidato”.
Y aunque históricamente el empresariado ha parido algunos de estos adminículos de campaña, son los partidos políticos –por excelencia- el caldo de cultivo ideal para la reproducción de candidatos. Porque los valores supremos de defensa de la democracia obligan a cada una de estas agrupaciones, que cada vez menos representan al electorado, a levantar “El Candidato” que ha de convertirse en paladín de la ambición desmedida del partido patrocinante.
Curioso asunto este último si atendemos a la realidad nacional donde la lucha por fugarse de los partidos políticos es inversamente proporcional al anhelo de estas colectividades de arrogarse cada vez con más furia la representación no sólo de los fugados sino también de los que nunca siquiera militaron.
Por eso es frecuente y hasta estrictamente obligatorio que “El Candidato” hable, ya no en representación de si mismo, sino como delegado y custodio de los más amplios derechos de la ciudadanía. O sea, “El Candidato” habla por todos nosotros.
“El Candidato” además sonríe. Siempre sonríe. Sonríe en sus afiches. En las páginas de la prensa. Sonríe en las cuñas para la tele. Y sonríe también en su andar mesiánico entre la tropa de mercenarios que siempre lo rodean a sueldo para simular una corte de fanáticos incondicionales que demuestran la cercanía de “El Candidato” con la gente. O sea, valga la redundancia, la cercanía de “El Candidato” con todos y cada uno de nosotros.
“El Candidato” está obligado a demostrar que es algo más que un bípedo parlante. Por eso no escatima en adjetivos, adverbios, sustantivos, artículos y pronombres para manifestar con toda claridad su nula capacidad de pensar en abstracto. Los verbos no son lo suyo.
“El Candidato” no tiene por que vivir, ni mucho menos haber nacido en el lugar que aspira a representar como uno más de los suyos. Tal majadería no es necesaria porque “El Candidato” ya aclaró que “No se puede elegir donde nacer, pero se puede elegir donde servir”.
Como plenipotenciario de la verdad y la transparencia “El Candidato” puede gastar cuanto antoje en darse a conocer. Cosa curiosa y paradójica esta de darse a conocer entre los mismos que de acuerdo a su propio argumento le suplicaron de rodillas que los representara.
Entonces convengamos en que “El Candidato” gastará lo que tiene y lo que no tiene hasta de ser necesario vender su alma al diablo con tal que la ciudadanía (todos nosotros) que lo designamos, podamos conocerlo.
Porque “El Candidato” desde su púlpito tiene plena certeza que no vale la pena perder el tiempo en algún plan de trabajo que de luces sobre su proyecto y lo que realmente cuenta es estar en el corazón de la gente. Ya está dicho, en nuestros corazones. Porque por todos es, o debiera ser, sabido que el hábitat natural de “El Candidato” es el alma de la gente. En fin, nuestra propia alma.
“El Candidato” estuvo siempre aquí. Lo que pasa es que no lo vimos.
“El Candidato” es, sin lugar a dudas, un luchador. Un bravo guerrero que ha sabido abrirse paso en la vida. Ya sea desde el mundo privado administrando con inteligencia sus divisas hasta tener el dinero necesario para mutar de Hombre de Negocios a Candidato. O desde la base del partido como disciplinado militante hasta cabecilla de esa banda que ha de convencerse de su condición de líder natural para representar en el servicio público los supremos intereses personales de todos y cada uno de sus fieles e incondicionales adeptos.
Cuando no “El Candidato” ha sabido dar buen uso al apellido heredado de su familia oligarca que de generación en generación sin excepción ha nutrido al Estado de tantos candidatos como funcionarios posibles. En este último caso no importan en absoluto las cualidades intelectuales o emocionales de “El Candidato” ya que basta para su nominación el apellido que le fue otorgado al momento de llegar al mundo. Casos como el anterior se repiten a cada rato en la historia de Chile. En la antigua y la reciente. Intuimos que se repetirán también en la futura.
“El Candidato” es un ser de nuestra era. Un hijo, aunque sea adoptado, de internet, twitter, facebook y el blackberry.
Ya no conforme con tapizar hasta el rincón más insignificante con su gigantografía “El Candidato” ha decidido lanzarse a la conquista del ciberespacio. Mensajes del tipo “trabajando por los problemas de la gente” –o sea por nuestros problemas- son algunas de las oraciones favoritas para titular sus posteos y por esa vía hacernos creer que tal cosa es posible.
“El Candidato”, es necesario y hasta urgente aclararlo, no tiene género. Da lo mismo si es hombre o mujer. Su condición de candidato está por sobre sus rasgos biológicos de masculinidad y feminidad.
“El Candidato”, por lo tanto, no es humano. Porque la humanidad obligatoriamente está ligada a ciertos rasgos de los cuales este artefacto carece.
Convengamos finalmente que definir tan antojadizamente esta especie presente en la raza humana no implica per se valores negativos o positivos.
Se trata más bien de una observación muy poco acuciosa de un fenómeno social presente en nuestros días. Hecha desde la perspectiva subjetiva de alguien que ha tenido la posibilidad de convivir, conversar, entrevistar y hasta respirar el mismo aire de “El Candidato”.
Claro que esto no representa ventaja alguna porque con todo lo ya dicho resulta muy poco probable, por no decir imposible, encontrar algún ciudadano contemporáneo que no haya padecido algún tipo de contacto, aunque sea sólo visual, con “El Candidato”.
Si hasta quien escribe estas líneas o el que las está leyendo tarde o temprano, sin notarlo siquiera, podría sufrir la silenciosa metamorfosis que de un día para otro convierte a una persona común y corriente en “El Candidato”.